14 noviembre 2013

La magia del instante





La magia del instante

La tarde se avecinaba calurosa, a pesar de estar finalizando el mes de Septiembre. Hacía días que todo se había transformado en una terrible rutina que nos quitaba las ganas, sin más se había terminado la pasión. El deseo voraz que antaño nos devoraba se había apagado. No recuerdo como, pero me encontré un día sin sentir aquellas mariposas revoloteando en mi estómago cada vez que me miraba.

Estaba absorta, con la mirada clavada en la pantalla del ordenador, cuando sin enterarme como entró en casa, se acercó a mí. Sentí su respiración en mi nuca y el calor de su cuerpo con su proximidad. Fingí trabajar. En mi mente bullían preguntas que se quedaban sin respuestas, primero por no exteriorizarlas y segundo porque no deseaba romper la magia del instante con cuestiones absurdas y terrenales.

Sintiendo un calor exagerado, miré el reloj, lo fuerte del calor ya había pasado; pero mi piel ardía y mis ansias quemaban. Silencio y respiraciones. Cerré los ojos y me centré en su respiración, algo agitada, no era lo normal en él.

- Preciosa…- me susurró
- ¿Qué?- pregunté desconcertada, sin saber a que se refería.
-Tengo una vista preciosa- me volvió a susurrar, pero esta vez, más cerca, tanto que casi sentía sus labios en mi piel. 

Me ruboricé y sonreí tímidamente. Incliné la cabeza hacía mi cuerpo para ver aquello que le había llevado a reaccionar así. Ante mis ojos contemplé una línea negra que era el borde de la camiseta que cubría mi generoso escote. Desde mi perspectiva, la vista era sugerente, muy sugerente... Enseñaba lo justo. El resultado era sensual y algo provocativo. Un hermoso canalillo que invitaba a perderse en las profundidades del deseo y a su alrededor se adivinaban dos provocativos pechos, que tras mostrar lo suficiente, una suave piel, eran el señuelo perfecto para la presa, y la presa estaba ya hipnotizada. La visión y sus palabras me produjeron una sensación olvidada y mi cuerpo reaccionó, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Parecía todo premeditado, pero nada más lejos de la realidad.

-¿Tienes calor? ¿Te preparó algo fresquito?- se ofreció con voz melosa.

Le contesté con un simple monosílabo concentrada en acabar lo que tenía pendiente para poder pasar la tarde con mi marido. Terminé con premura y apagué el ordenador. Los ruidos provenientes de la cocina me indicaban que estaba allí. Me acerqué con ánimo de retomar lo que él antes había empezado. Rodeé su cuerpo con mis brazos y besé su nuca. Su piel ardía pero mis labios al contacto con él abrasaban. Se giró despacio y sin decir nada me besó. Fue un beso urgente, pasional, como si la vida se acabara en ese instante, como si fuera lo único que deseara hacer en esos momentos. Su lengua  se introdujo en mi boca avasalladora, como si quisiera coger o proteger su tesoro, como si temiera que alguien se la pudiera quitar, mi lengua... Fue un beso profundo que me hizo estremecer hasta la entrañas, esperado pero inesperado a la vez; desconocido y anhelado. 
Sus manos se anclaron al final de mi espalda y me apretó contra él. En aquel instante ni una pizca de aire podía entrometerse entre los dos. Era nuestro encuentro, nuestros cuerpos se entregaban el uno al otro.
Dejó de besarme para susurrarme al oído, que fuera a la habitación que lo esperara tumbada en la cama. Obedecí guiada por  el deseo que me había transmitido. 

Hacía calor, pero mi cuerpo experimentaba una combustión enloquecedora que calentaba más que el tórrido verano que nos estaba visitando.

Sumisa me tumbe en la cama, tal cual; la ropa seguía aun cubriendo mi cuerpo. 
Apareció en el quicio de la puerta llevando tan solo un cuenco del cual sobresalía lo que parecía el mango de un cubierto. 

Era un momento mágico.

No hizo falta palabras, yo deseaba que apagara el calor que él había encendido en mí, no me importaba como lo hiciera, solo que lo extinguiera. Dejó el cuenco en la mesilla, y aunque la curiosidad me carcomía no miré en su interior. Quería la sorpresa, deseaba sentir sensaciones nuevas y estaba segura que esa tarde las iba a tener.

Se situó a mis pies y sus manos se posaron en mí. Su suave tacto me erizó la piel. Ascendió por mis piernas despacio, con suaves caricias, como si fuera la primera que lo hacía, con la intención de aprenderse cada centímetro de mi piel, hasta llegar al pequeño pantalón que cubría mi cuerpo. Se detuvo en mi vientre, pero su destino no era ese. Sus manos subieron y a pesar de llevar una camiseta, podía sentir su calor en mi cuerpo. Recorrió mis pechos por encima de la tela. Sus caricias me abrasaban y encendían mi pasión. Se situó a mi lado, y sus labios buscaron mi cuello. Su lengua hacía barridos en mi piel sedienta de él. Sus manos bajaron hasta el borde de mi camiseta y con un gesto enérgico la subió quedando mis pechos al descubierto. El me besaba en el borde del short y yo con dificultad me quité la camiseta.  Mis pechos estuvieron bajo el amparo de sus cálidas manos. Subía y bajaba por mi cuerpo hasta que decidió bajarme los pantalones. 

Yo, suspiraba.
No sabía lo que iba a hacerme, eso me encendía mucho más y deseaba lo que él con cautela escondía. Mi respiración se aceleró.

Su boca se había posado en mi monte de Venus, notaba su aliento calentado aún más mi piel. Mi deseo se aceleraba. Mi cuerpo vibraba esperando esa sorpresa que me había reservado en la mesilla. Él continuó depositando suaves y pequeños besos en mi pubis y mientras abría mis piernas, continuaba besando cada centímetro de mi piel.  

Notaba las palpitaciones en mi sexo, estaba realmente excitada. Deseaba con todas mis fuerzas que aliviara, quería sentirlo dentro de mí, pero él se tomaba su tiempo. 
Ofuscada por el deseo que me devoraba, no vi cuando agarró el cuenco de la mesilla. Todo permanecía en silencio, él no dijo nada. Ni tan siquiera oí la cucharilla rozar el cuenco, no noté nada hasta que algo frío era depositado en mi pubis depilado. 

Grité. Solo se oyó eso. Quise incorporarme para ver qué era lo que él había echado encima de mí, pero sus manos en mi cuerpo me lo impidieron y unas simples palabras salieron de su boca:

- Disfruta. Siéntelo.
Lo sentía. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al sentir frío en mi piel, pero no disminuyó mi deseo; al contrario la curiosidad y el no poder ver lo que era aumentaba mi excitación.

Noté como se lengua movía aquello que parecía un líquido, pero que no lo era. El frío había desaparecido, dejando a su paso un extraña sensación, placentera y muy distinta las habituales. De nuevo su lengua en mi clítoris lamiendo con ansiedad hasta terminarse lo que él había vertido. Cogió de nuevo la cucharilla y volvió a echar un poco más de lo que antes había echado. Frío de nuevo. Y de nuevo volvió a lamer.  Su lengua, el líquido viscoso y mi piel, todo me hacía enloquecer. Mi piel se erizaba y mi cuerpo se estremecía.

Se levantó y buscó mi boca. Me besó. Su lengua se introdujo dentro de la mía y nos fundimos en una unión pasional. Sus manos jugueteaban con mis pechos y mi cadera empujaba buscando ser saciada. Saboreé su lengua. El sabor dulce era conocido. Me separé de él y con mirada traviesa le pregunté:

-¿Chocolate? ¿Helado de chocolate?

El solo me sonrió. Se puso encima de mí y con sus rodillas abrió mis piernas. Noté su miembro erecto adentrándose en mí. Un grito y un gemido invadieron el ambiente de la habitación. Mi cuerpo deseaba más, mis caderas empujaban y se golpeaban contra él. Abracé su cuerpo con mis piernas, mis talones se pegaban a su culo mientras él incitaba más. Su respiración iba acompasado con sus movimientos que cada vez eran más fuertes, más seguidos. Movimientos enérgicos que saciaban mi euforia. Nuestras respiraciones se confundían con nuestros gemidos. Todo primitivo, pero a la vez excitante. 
Notaba como su pene se engordaba dentro de mí, en segundos estallaría y yo con él. Llegamos a los orgasmos juntos, jadeando y abrazándonos. Tardó unos instantes hasta que volvimos a la realidad. Salió de mí y se puso a mi lado. Su sonrisa y su mirada lo decía todo.

- ¿Te ha gustado mi versión del helado de chocolate?

Me  reí y él se unió a mí. 

Fin
Autora: Selene

07 noviembre 2013

Relato de un seguidor de FACEBOOK: Sexo en la Boutique


  •  SEXO EN LA BOUTIQUE


    Hoy mi jefe no llegará, pues se ha ido de viaje. Me gusta estar sola de vez en cuando porque así, en esta pequeña Boutique, puedo chatear con mi amigo virtual, con quienes por meses nos hemos venido conociendo… Ohhhhh… ¡me gusta tanto! Él es tan gentil, tan caballero y tiene una voz tan sexy… Mmmm…. que me provoca las peores malas intenciones.
    ¿Por qué no? Al fin y al cabo nuestros horarios de trabajo se cruzan y tal vez nunca lo llegue a conocer en persona, creo que ¡hoy es cuando! ¿Me arriesgo? ¿Por qué no? Tengo todo el día para mí sola pero ¿será que le gusto? Bueno, ha dicho que sí aunque no nos conocemos personalmente, pero también le agrada mi conversa, me llama con frecuencia y conversamos mejor que enamorados… ¿Por qué no he de conocerlo hoy? ¡Si! ¿Por qué?
    Mejor nos dejamos de tanta palabrería y lo llamo… El teléfono está timbrando…. Rin rin rin rin rin y más rin…. Y nada que me contesta. Insisto por un par de veces pero no hay respuesta…. ¿Qué será de Eduardo? ¿Estaré marcando correctamente su número?
    Y vuelvo a llamar… al fin alguien me contesta… ¡Es una voz femenina! La voz de una sensual mujer que se hace escuchar toda agitada me contesta… Siento rabias anticipadas…
    - ¿Diga? - Si por favor, ¿puedo hablar con Eduardo? – Pido a pesar de mis celos - Oh ¡Claro! Un ratito por favor… - Me dice y seguido la escucho llamarlo: Eduardo, mi amor, alguien te llama por teléfono…
    Me siento molesta, incómoda, dudo de continuar esperando que se acerque Eduardo a tomar mi llamada, pero él no tarda en contestar:
    - Aló - Hola Eduardo, soy Sara, perdona por interrumpir no pensé que estarías tan ocupado… - Le respondí con algo de ironía en mi voz - ¡Sara! ¡cuánto gusto! Así que al fin te arriesgas a llamar ¿eh? ¿Será que hoy es mi día de suerte? - ¡No! Continúa por favor con tu mujercita, esa a quien le estás haciendo el amor… - Le digo indignada - ¿Sara? ¿Estás celosa? - ¿Yo? ¿Cómo crees? ¿Acaso eres mi amante, mi novio o mi marido? - Ja ja ja ja ja ja ja ja - El muy infeliz se ríe plácidamente - ¡mi vida estás celosa! - ¡No estoy celosa! – Le niego - Pero ¿Sabes qué? Mejor olvídalo… creí que podría aprovechar que mi jefe está de viaje para poderte conocer, pero como veo que tu disponibilidad viril se encuentra más ocupado que taxi ejecutivo te dejo… - Sara, espera, voy para allá mi amor, ¿estás en la boutique cierto? - ¡No! Olvídalo… - Por último le dije y le colgué
    Hombres, hombres, hombres…. siempre es la misma historia, infieles por naturaleza, caprichosos, lujuriosos y más presumidos cuando saben que son del agrado de una mujer. Como recién había abierto el local pues me puse a hacer las cosas de rutina, esto es, barrer, sacar los polvos de los muebles, lavar el baño, acomodar el vestidor, desempacar la mercadería que recién había llegado, clasificarla, ponerle los precios y así se me fue como una hora, sin dejar de pensar en Eduardo… Ohhh mi Eduardo ¡Qué maravilloso sería que viniera a verme!
    Pero… ¿será que tengo suerte? Veo que un tipo agradable se acerca a paso acelerado hacia la boutique, ¡No puede ser! Parece Eduardo…. Eduardo….. Ohhhh ¡dios mío! ¡me va a dar soponcio! ¡Es Eduardo! ¡Sí tengo suerte!
    Viene derecho para el local donde trabajo, viene con esa corbata que una vez me comentó que era su preferida, de unos rombos azules… ¡Si! Tiene el cabello peinado hacia atrás, sí, así mismo me dijo que le gustaba peinar, ohhh…. ¡Sí! Tiene auto, viene con el llavero del auto dando vueltas en el dedo índice… ¡Si! ¡Es él! ¡Es Eduardo!
    Mi mente rápidamente resolvió todas las posibilidades de venganza en contra de aquel que me había sido infiel sin ni siquiera conocerme… De modo que como respuesta a mis pensamientos, me escondí tras el stand de las corbatas y correas, dejé que entrara y el timbrecillo sonó en aviso de que alguien cruzó la puerta.
    - ¡Buenos días! - Saludó
    ¡Sí! Es esa misma voz sensual que he escuchado de Eduardo, ohhh…. Es mucho más hermoso de lo que imaginaba…
    Salgo de mi escondite, me dirijo a la puerta y la cierro con la doble seguridad… No vaya a ser que se me escape… Lo saludo muy seria y le pido que me espere un momento:
    - Buenos días caballero, por favor deme un minuto…
    Estoy tan contenta y furiosa al mismo tiempo que no sé qué hacer, tengo que hacerle sentir que no tiene derecho de hacerse llamar “mi amor” por ninguna otra mujer sin haberme conocido a mí… ¡A mí! Voy al vestidor mientras al paso he tomado de los mostradores unas pantys, un liguero y una minifalda… total, solo los usaré por esta ocasión y después los retornaré al puesto… La blusa blanca me queda fabuloso y con esta bufanda en el cuello lo haré delirar… ¡Ay! ¡pobre infeliz! ¿Cómo se le ocurre venir a buscarme en un momento de extremado malgenio! ¡Lo pagará!
    Saco la cabeza para observar lo que hace, espera con paciencia, está observando unas correas, se prueba una, le mira el precio y se la coloca sobre el hombro… Me he puesto ya el liguero, las medias sexy y los tacos… Ohhh… esta falda está tan corta pero no importa, solo por hoy seré la mala hembra de minifalda para que aprenda a respetarme.
    Me pinto los labios de rojo carmesí, me espolvoreo el rostro y al fin… salgo… como toda una princesa, vestida con ropa de la boutique, ahora no sé si valgo más de lo que estoy puesta… llevo aproximadamente 500 dólares encima, mucho para mi corto salario pero no cuesta nada soñar, además Eduardo está vestido también con ropa muy fina y yo debo estar a la altura, aunque sea solo por esta vez…
    Me acerco paso a paso hacia él, no le voy a hablar, estoy muy enojada, pero lo utilizaré, le haré notar que lo usaré para mi propia satisfacción… ¡Sí! ¡Esa es la actitud! Eduardo me mira boquiabierto, mientras me le aproximo con una media sonrisa, baja su mirada hacia mis piernas, como la falda es tan corta observa a plenitud mis medias sujetas a las tiras del liguero… Me siento tan sexy, provocativa y muy muy muy zorra…
    Observo sus gestos, al principio se nota preocupado, regresa a mirar la puerta quizás para asegurarse que estaba con seguro, al saberse prisionero al fin se relaja ante mi presencia. Nos miramos de frente, Eduardo se ha quedado de una sola pieza, obviamente no podría ser de otra manera, tal vez esté pensando que el mujerón que soy no merecía su traición… ¿Quién ha de ser esa mujer que me contestó el teléfono? Una flaculenta fea, sin estas buenas caderas que me cargo yo… No, no, no… mujeres lindas… claro que las hay, pero así de lindas y encima más ricas y muy sexuales… ¡No! No es fácil de encontrar estas bellezas como yo…
    - Hola - Lo saludo muy seductoramente
    El hombre alza sus cejas, como si estuviera asombrado, no sé de qué se asombra si siempre hemos soñado en un momento como éste, sin embargo su asombro no le quitó el deseo por mí… Me responde:
    - ¿Quieres jugar? - Si… - Le contesto
    No se dijo más… Eduardo me sorprende con un beso profundo, sus manos analizan mi cintura y no tardan en perderse bajo mi faldita, alterna sus caricias entre mis muslos y mi trasero, sus dedos juegan con los filos de encaje de las pantys y cuando suben aprietan deliciosamente mis nalgas… Sumamente erótico y dulce, echo mi cabeza hacia atrás, lo estoy disfrutando… pero de repente, me voltea bruscamente y de un empujón me ha puesto de espaldas a él y de cara al escritorio, me levanta la falda y siento un chirlazo en la nalga tan fuerte que me hizo gritar, intento ponerme de pie, pero me lo impide…
    - ¿No querías jugar preciosa? ¡Ahora no protestes! - ¡No así! - Igualmente protesté
    Pero Eduardo me propinó otra nalgada más fuerte que me estremeció todo el cuerpo, mis intentos de cambiar de posición fracasaron en sus brazos e inmediatamente desistí de hacerlo porque sentí sus labios besarme donde había golpeado… Su lengua húmeda y chorreante empapó mi tanga, sus manos parecían exasperarse por tocar más, sus dedos acariciaron mis zonas íntimas y yo estaba simplemente elevándome cada vez en una excitación que no había conocido jamás… y de donde me bajó súbitamente, pues mi piel ardió con el azote de una correa, grité del dolor una vez y otra vez y otra vez… entonces me pareció que estaba siendo humillada…
    - ¡Estás humillándome! - ¿Humillándote? No mi amor, humillar es otra cosa… - Me contestó mientras sobaba con sus palmas allí donde me ardía - Si eso no es humillar ¿Entonces qué es? - Le pregunté - Ohhh…. Esto es humillar… Zorra, no me digas que no te gusta que te traten como a una zorra, una mujerzuela cara que se entrega a la pasión de cualquiera que le venga a soplar el oído… - ¡No soy una zorra! - Le grité al mismo tiempo que le preguntaba a mi interior: ¿O sí?
    Sin mosquearse siquiera por mi exclamación, me alzó de los hombros y me puso frente a sí, comiéndome en un beso tan apasionado que casi no podía respirar. Me sentó sobre la mesa y con ese beso que parecía no tener fin fue recostándome, tomó de la bufanda que rodeaba mi cuello y como arrear una yegua me levantaba para besarme de rato en rato mientras ese pene que deseaba sobresalir de su calzoncillo me rozaba y me arremetía con tanta energía que sentía que mis orgasmos vendrían aún más furiosos que nunca… Ohhh por dios…. por dios… mis deseos estaban que se derramaban y me puse más ansiosa cuando sacó de su bolsillo un preservativo que se lo colocó sin perder tiempo.
    En un rápido movimiento la larga bufanda se atoró entre mi garganta y la pata de la mesa inmovilizándome la parte superior del cuerpo, Eduardo no soltaba de su mano izquierda las riendas de su yegua, mientras con la derecha hacía a un lado mi ropa interior para… para… para…. Ohhhhh ¡Sí!…. para penetrarme con ese hermoso espécimen de hombre…
    A pesar de que mi cuello sentía el apretón de la bufanda, mis sensaciones me rindieron en una experiencia sexual que no imaginaba… su sometimiento se convirtió también en un importante estímulo que incrementó mi placer y cuando su precioso pene llenó por completo a mi vagina, sencillamente mi espíritu se me derramó entre las piernas…
    Eduardo, como brusco fue desde el principio, sus embestidas jugaban su furia entre las paredes de mi intimidad hasta que en repetidos gemidos se deshizo dentro mío…
    ¡Uff! Eduardo es magnífico, excepto que creí que era más romántico… Y está bien, así le perdono sus infidelidades anticipadas, al fin y al cabo no conocía las delicias de esta mujer interesada en él…
    Permanecimos así por medio minuto hasta que escuchamos que alguien golpeaba la puerta… Sobresaltados nos acomodamos la ropa, nos arreglamos un poquitín, Eduardo se acomodó el cabello frente a un espejo y yo me puse los pantalones con los cuales llegué a trabajar. Me apresuré a abrir a quien llamaba y entró otro hombre que me dejó completamente atónita, porque decía…
    - Sara, mi amor, aquí estoy… soy Eduardo…
    Lo quedé mirando boquiabierta, mientras el hombre con quien había acabado de tener sexo, se despidió con un… Gracias señorita…


    Autora: La Qka