26 septiembre 2013

Relato por capítulos de Un seguidor: "Tócame"

Tócame
Capítulo 2

La pregunta la sobresaltó. Miró a su lado. Un hombre joven, bien vestido y de rostro agradable, se había sentado junto a ella.
–Prefiero estar sola –dijo Susana.
El hombre sonrió.
–Disculpa, pero no es bueno que una mujer beba sola. 
–Eso es algo que determinó yo –le increpó ella.
El hombre se sobresaltó. Su expresión se hizo dura.
–No quise molestar. Disculpa. Solo quería ser amigable.
Susana miró su copa. Luego lo miró a él. No tenía un rostro malvado. No era un canalla. Más bien parecía un play -boy, un buscaventuras como tantos.
–La verdad es que no sería agradable mi conversación –le dijo ella–. No estoy de muy buen humor.
El volvió a sonreírle.

–En ese caso –insistió él– con mayor razón creo que necesitas de alguien. Lo mejor es hablar los problemas.
–¿Con un extraño?
–¿No es mejor? Así se mantiene la privacidad de tus inquietudes, ¿no?
Ella le sonrió. Tenía razón. Total, no creía volver a ver a aquel individuo.
–¿Problemas de matrimonio? –preguntó él.
–¿Por qué crees que estoy casada?
Él sonrió. En sus ojos se notaba inteligencia.
–Ninguna mujer con tu belleza, tu presencia, estaría soltera.
–Gracia. Pero esa no es una gran razón.
–No. Es cierto. Pero la argolla de tu mano sí.
Susana rió. Nada más obvio.
–¿Y tú, eres casado?
–Oh, no. Dios me libre...
–¿Por qué?
–¿Tu me lo preguntas?
Susana bajó la mirada. Tenía razón. Ella sabía que las cosas no eran como uno las soñaba en un principio.
–Perdona –dijo él– No quise apenarte.
–Está bien. Tienes razón.
Hubo un silencio. El la miraba con detención. Susana le devolvió la mirada.
–Gustavo –dijo él.
–¿Que?
–Mi nombre. Me llamo Gustavo.
–Ah –dijo ella y bebió otro sorbo.
–¿Y tú?
Ella le miro dudando si decirle la verdad o no.
–Celia... –dijo y volvió a su bebida.
–No –dijo él. –No lo creo.
 ¿Por qué? –preguntó Susana tratando de parecer molesta.
–Simplemente porque ese nombre no te queda. No tiene que ver con tu personalidad...
Susana se rió. Gustavo no solo era observador. Era buen psicólogo.
–Susana –dijo ella mirándole fijamente.
–Ese sí. Calza perfecto.
–¿Calza?
–Así es –explicó él–. Los nombres hacen a las personas. La gente piensa que llamar-se Juan o Pedro es cuestión sin importancia, pero no es así. En cuanto a uno lo bautizan, le colocan un factor fundamental para el desarrollo de la personalidad.
–¿Lo crees así?
–Claro. Piénsalo. ¿Cómo imaginas un Serafín? ¿O un Abelardo?  Si el nombre es pasado de moda, uno será algo mas acomplejado que lo normal. Si es ridículo, será peor. Un Minervastrino no se atrevería a salir a la calle.
Susana reía con ganas.
–Imagínate ahora a una Ringunda, de origen visigodo. O una Tomasa, no muy leja-na...
–Mi segundo nombre –dijo Susana– es...
–No lo digas. Si tienes un nombre ridículo y feo, jamás lo digas. No ahora. En estos momentos tengo de ti una imagen encantadora. Puedes destruirla y eso lo lamentaría.
Susana estaba complacida. Pero le gustaba manejar la situación.
–...Josefina... –concluyó ella.
Gustavo la miró.
–Debí adivinarlo; nombre de emperatriz.
Susana sentía que el alcohol estaba surtiendo efecto. Le había dado calor y se había alegrado.
–Mi segundo nombre –dijo Gustavo– no es tan ilustre.
–¿Cual es?
–No. Es mejor guardar el secreto...
–Eso es sacar ventaja. Yo te dije el mío.
Gustavo la miró y le sonrió maliciosamente,
–Florencio...
Susana, que en ese momento bebía un sorbo de su copa, lo escupió sobre Gustavo al no poder contener la risa.
–Oh. Disculpa... –dijo ella, complicada.
–No importa –dijo él– La culpa es mía. Y si te hubieras atorado no me lo perdonaría.
Susana había tomado un puñado de servilletas y le secaba la chaqueta a Gustavo.
–Pero ¿es verdad lo de tu segundo nombre?
–Absolutamente. Fue por mi abuelo materno. Me pidió como ahijado y decidieron agregar su nombre al primero, que era de mi padre.
–Bonito gesto –dijo ella con malicia.
–Si... Y por suerte no se llámaba Nepomuceno...
Susana volvió a reír. Gustavo corrió la copa...
–No, no te volveré a ensuciar. Te lo prometo –dijo ella riendo.
–No me importaría. Francamente hacía mucho tiempo que no me divertía así.
–Y yo lo necesitaba también. Es agradable reír...
Gustavo le tomó la mano.
–Pero, pongámonos serios un momento. Cuéntame tus problemas. Si no te incomoda, claro.
–No. No echemos a perder esto.
–Tarde o temprano va a salir. Y es mejor ahora, antes que termines de beber tu co-pa...
Susana se dio cuenta que tenía razón. Si después de haber bebido se ponía sentimen-tal, terminaría llorando.  Mejor era marcharse.
–Debo irme.
–No, por favor –insistió él–. Déjame serle útil a alguien hoy. Mi buena acción del día –dijo haciendo el gesto de los scout.
–¿Ayudar a cruzar la calle una anciana?
–No me interpretes mal. Por lo demás tú no tienes nada de anciana,
Susana sonrió con algo de tristeza.
–A veces me siento como tal.
–No debes. Eres una mujer hermosa, alegre... Y tienes una muy buena figura. Ese vestido te queda estupendo. ¿Lo usas a menudo? Ah. Ya sé. 'Tu problema es que tu ma-rido no te deja en paz. Con ese traje debe andar caminando por las paredes...
Susana reía.
–No. Ni siquiera se fijó...
Gustavo notó la tristeza.
–¿Es no vidente?
Susana soltó otra carcajada.
–Y no... varias cosas más. –dijo riendo con ganas.
–Eso es grave. Y si ese es tu problema, lo que tienes que hacer, y este es el consejo de un hombre con mi experiencia en el matrimonio, de los demás, claro, que es la única que vale, mi consejo profesional es que lo mandes al taller para que le hagan un afina-miento. No, mejor, que la cambien los pistones.
Susana se divertía mucho. Gustavo la miraba complacido.
–También que le revisen el Carburador. ¡Eso! Que lo carburen de nuevo... Y que le arreglen el freno de mano...
Ambos reían sin importarles que los demás los miraran.
–No seas idiota. Me vas a hacer llorar... –dijo ella.
–No. Solo reír. Tienes una risa preciosa…
Ella lo miró con agradecimiento. Hacía mucho tiempo que nadie le decía aquellas frases hermosas...
–Eres muy bueno conmigo... –dijo ella.
–¡Oye, no! –dijo él casi gritando–. Todo lo que te digo es la verdad. No te menosprecies.
Susana dejó la bebida a un lado.
–No más. Es suficiente.
–Una mujer que conoce su límite en la bebida no puede temerle a la vida.
–No le temo.
–Pero no la enfrentas. ¿Qué haces todos los días?
–Lo normal...
–Rutina –dijo él, cavilando–. Preparas el desayuno, luego aseas la casa, haces el almuerzo y cuando terminas de lavar los platos tienes que empezar a preparar la comida. Tus hijos... ¿Tienes hijos?
–Dos…
–Tus hijos dejan todo desordenado, tienes que retarlos a cada momento... Bueno, los niños alegran algo la vida...
–Ya no son niños. Van a la universidad…
Gustavo la miró con incredulidad.
–No puede ser. Entonces te casaste muy joven.
Susana rió complacida.
–No. Lo que sucede es que no soy tan joven...
–Pero se te vez fantástica. ¿Como es que la rutina no te ha despedazado? Ah, ya se. Tienes un amante...


CONTINUARÁ...

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