19 septiembre 2013

Relato por capítulos de Un SEGUIDOR: "TÓCAME"

Tócame 
Capítulo 1

La leche se subió y comenzó a derramar sobre la cocina. La llama chisporroteó y luego se extinguió, Susana corrió a apagarla.
–¡Maldición...!
Las tostadas comenzaban a humear. Las retiró del fuego y las puso en la panera. Re-tiró la leche y comenzó a limpiar con un paño el desaguisado. La puerta de la cocina crujió.
–¿Está servido? –Quiso saber su marido.
–Espera un momento –contestó ella– Se subió la leche.
Enrique se sentó y la observó.
La bata estaba algo raída por lo años, su pelo ya no brillaba como antes y su rostro comenzaba a mostrar las primeras grietas.
–Estoy atrasado, Susana –reclamó él.
Ella se volvió y le pasó la leche
–Sírvete tú.
–¿Amanecimos de mal genio hoy? –dijo él mientras se servía.
Susana continuó limpiando sin contestar. No quería pelear nuevamente, como la no-che anterior. Estaba cansada, necesitaba unas vacaciones.
–¿Los niños? –quiso saber Enrique.
–Ya se fueron.
Bebió su desayuno casi de un sorbo y, tomando una tostada, se encaminó a la puerta.
–No sé si venga a almorzar. De todas formas deja algo en el refrigerador...
Ella asintió con la cabeza. Lo miró. Enrique dio media vuelta y salió.
¿Que estaba pasando? Los primeros años fueron deliciosos. Luego nació Paula y ya tuvieron muy poco tiempo para ellos. Enrique comenzó a distanciarse. Cuando nació Felipe ya eran como dos extraños que vivían bajo el mismo techo. Ya no más romance, ya no más ternura... De pronto, alguna noche, hacían el amor, pero era algo mecánico, un mero impulso.
Tenía que hacer compras, depositar en el Banco y llamar a varias amigas para preparar la reunión del jueves. Miró la hora y corrió al dormitorio. Todo estaba revuelto. Enrique nunca había aprendido a tener orden...
Entró al baño y abrió la llave de la ducha. Se puso la gorra y se quitó la bata. 

Se observó desnuda en el espejo. Ya comenzaban a aparecer algunas gorduras, algo de celulitis... Debía hacer más ejercicio o se pondría obesa. Se subió a la balanza y, haciendo un gesto de desagrado, se metió a la ducha.
Media hora más tarde salía de casa rumbo al supermercado. Siempre había tenido mucho gusto para vestirse. Era elegante, tenía buena presencia a pesar de no ser muy alta... Claro que las mujeres suplen aquellos detalles con muchos elementos, como tacones altos, o un peinado elevado... Sin embargo ella lucía bien siendo natural. Era una señora, ya no una jovencita, y debía lucir como señora...
El supermercado estaba a dos cuadras. A esa hora siempre estaba casi vacío. Así podía elegir lo que quisiera sin que hubiera sido manoseado por mil manos desconocidas. Y podría entrar en una caja y salir sin largas esperas ni errores de la cajera.
Volvió a casa y, luego de dejar las compras, volvió al auto. Tenía que ir al banco y era mejor hacerlo temprano también para evitar las aglomeraciones. Y ese día era de pago de imposiciones lo que auguraba largas filas de personas que esperaban el último día para cumplir con algo que podían haber hecho diez días antes.
Sin embargo el banco estaba casi vació. El cajero, que ya la conocía, la atendió cordialmente. Pasó también a mirar algunas tenidas nuevas a la tienda de ropa fina del sector. Quería comprar un traje que había visto allí hace días; era algo juvenil, quizás, pero hermoso y un poquito insinuante. Le agradaba. Y quizás así podría recuperar algo del pasado encanto que al parecer había perdido.
Entró a la tienda y peguntó por el precio. La verdad era que lo compraría igual, costara lo que costara. Hacía ya mucho que no se daba un gusto y ya era hora de hacerlo. Decidió que no lo probaría allí, sino en casa. No quería que la viera nadie más que su marido...
Le hicieron el paquete y salió.

En casa tendría que preparar algo para el almuerzo. Los niños, que ya no lo eran tanto, no vendrían seguramente. La universidad los tenía completamente absorbidos. Esperaba que Enrique si viniera. Se pondría el traje, prepararía una buena carne, abriría un vino fino y pondría una mesa hermosa... Así podrían quedarse en casa toda la tarde. Enrique no tenía necesidad de estar permanentemente en su trabajo. Para ello tenía un voluminoso personal ejecutivo...
El menú lo sacó de un libro que le regalara su suegra al poco de casarse. Seguramente la señora pensó que ella era una pésima cocinera. Y la verdad era que no estaba tan equivocada. No tenía mayor afición por aquel arte. Pero en esta ocasión quería hacer algo especial, algo realmente exquisito...
Pasado el mediodía y mientras todo se cocinaba en el horno, subió a su cuarto. Abrió el paquete que trajera de la tienda y sacó el vestido. Lentamente fue observándolo, estudiándolo, hasta que, con la misma, calma, se lo puso. Miraba cada detalle, cada posible arruga. Quería que estuviera perfecto. Todo...
Sonó el timbre. Debía ser Enrique.
Corrió a la cocina, apagó el horno y, echando una mirada al comedor vio si todo es-taba bien presentado. Luego fue a abrir la puerta.
–Hola –dijo Enrique.
Susana se paró delante de él.
–Hola –le dijo sonriéndole con un gesto de misterio.
–¿Hay algo para almorzar? –preguntó él.
–Y muy especial –le contestó ella. –Pasa al comedor.
El dejó el maletín sobre una mesita y miró a Susana.
–La verdad es que estoy con poco tiempo. Tengo que volver a la oficina, así que sírveme algo rápido y...
–Puedes faltar hoy –reclamó ella–. Tienes suficiente personal que puede remplazarte.
–Hoy es imposible. 
–Pero puedes llegar algo mas tarde. Preparé un buen almuerzo. Ven al comedor.
Enrique insistió.
–Susana, por favor. Voy a comer algo en la cocina y rápido.
Ella le miró con ira.
–Está bien –dijo dando media vuelta.
Abrió el horno y sacó el trozo de carne, colocándolo sobre la mesa,
–Sírvete tú mismo...
Enrique se sentó y olió la carne.
–Huele muy bien.
–Quería darte una sorpresa.
–Deberías haberme avisado. Lo hubiéramos dejado para otro día
Y ¿el misterio? ¿La sorpresa? ¿La magia? Imbécil...
–Hay vino blanco en el refrigerador. Yo me voy al dormitorio –y se dirigió a la puerta.
–¿De qué baúl sacaste ese traje? –dijo Enrique –¿No era uno de los que usabas cuan-do lola?
Susana continuó caminando. Sus ojos se habían llenado de lágrimas y no quería que la viera así. No quería mostrarse débil, no quería que él le tuviera lástima.
En su habitación se desahogó un buen rato. Luego se lavó la cara y comenzó a qui-tarse el traje.
¿Se veía tan ridícula? ¿Es que ya la vida había terminado para ella y solo quedaba sobrevivir? ¿Eso era todo?
De pronto sintió algo que se le venía a la garganta, una ira oculta, una necesidad de gritar, de maldecir, de...
Volvió a ponerse el vestido y comenzó a maquillarse. Necesitaba saber si se veía tan estúpida o no. Saldría a la calle, iría a pasear, a caminar entre la gente...
No se dejaría vencer.


Estuvo paseando toda la tarde. En un comienzo se sintió incómoda, pero se dio cuenta que las miradas que le dirigían no eran sino de aprecio; los hombres, especial-mente, miraban sus formas más rellenas, pero suaves. Además, siempre había tenido ese andar cadencioso que da un carácter coqueto, sensual, a la mujer.
No era una anciana, tampoco. Y por lo demás, hoy en día todo el mundo viste como se le da la gana...
Sintió deseos de tomar algo. Un refresco, frío. Mejor, aún; un trago, un margarita o un daiquirí. Como antes. Pero ahora no estaría Enrique.
Entró a un bar elegante y caminó hasta la barra. Había allí más hombres que mujeres y éstas eran más o menos de su edad y mayores. Se sonrió. Quizás todas venían a diver-tirse con sus maridos...
–¿Qué le sirvo? –preguntó el barman.
–Francamente... –titubeó– Un margarita.
El hombre dio media vuelta y se puso a preparar el trago. Susana miró a su alrededor de nuevo. Algunos hombres la observaban detenidamente. Se sintió molesta. Volvió la vista al mesón y comenzó a comer algunas de las masitas para acompañar la bebida que el barman había colocado frente a ella.
–Un margarita –dijo el hombre y puso una gran copa decorada frente a Susana.
Esta la observó y pensó que, de beberla entera, no podría salir de allí. No en dos pies por lo menos.
–¿Te molesta si te acompaño?

CONTINUARÁ...


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